Poemas de Julio Ramírez (Guatemala) 5FIPAL
Julio Ernesto
Ramírez Telón
San Juan Comalapa, Guatemala, 1986.
Padre de dos hijos,
trabaja en el área de informática, eterno estudiante de ingeniería en sistemas.
Viajero constante de su pueblo a la ciudad capital, donde labora.
Ha compartido su literatura
en el Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango, en Comalapa, 2012 y
2013, Festival internacional palabra en el mundo (Comalapa 2015) y en lecturas
promovidas por el colectivo Ajtz'ib'.
Distancia
Sin medir las fuerzas te quisiera arrastrar para que veas
lo que yo. Para
que
compartas con migo este mundo medio vacío.
Encontrarías lugar
suficiente para
tus berrinches, podrías ordenar tus
sorpresas,
extender uno que
otro sueño junto a este que parece ser yo.
Pero tus risas y llantos están lejos, la ventana
del cuarto no es lo suficientemente grande para
buscar en tus
horizontes.
Aquí la bulla no
duerme y el que duerme haciendo bulla
soy
yo.
A pesar de los kilómetros hay trozos de luz que juegan al escondite,
a veces en la calle, otras en el
trabajo.
Solo da miedo dejar de verte.
Porque mi desorden no sería el mismo sin
tus juguetes.
Raíz obscura que se aferra a los cielos
acompáñanos mientras botamos
tu
cuerpo
para que tu calor nos envuelva.
para que tu calor nos envuelva.
Soporta nuestro peso
para que recorramos tu piel
y grabemos
en
tus brazos el
dibujo de un muerto.
Llévate nuestras
pesadillas.
Donde el humo se levanta
Ahí donde el humo se levanta
y el texto corre,
y el texto corre,
donde
creí haber visto la luz
es el mismo lugar en donde
la noche se extiende
y mi rostro desaparece.
y mi rostro desaparece.
Nube
Se levanta la nube en otro sueño, un nuevo día. Quizás hoy me bañe con su sangre.
Un parpadeo a la vez
Las manos están recostadas sintiendo la tierra,
el aliento choca con la humedad que ha
dejado la lluvia.
Las piernas resbalan al querer levantarse
y el
musgo hace más fáciles las
pequeñas caídas al rozar con los dedos.
Con un esfuerzo da la vuelta, contempla la luz
que
se cuela por los árboles, siente lo fresco del suelo, el sabor a madera húmeda, el calor
del
sol. Respira, alimenta su espíritu, deja que el tiempo camine sin atención, entierra su
reloj en esta tierra sin esperar que retoñe
nada, quizás sea el soplido de ambulante que se
esconde detrás de agujas, carreras y olvidos.
Se levanta poco a poco, y al estirar
las ganas se da cuenta de lo que hay frente a él, ese pequeño montículo le susurra,
esas rocas besan su frente, y las siluetas le acarician la
memoria. Sigue respirando mientras sus dedos rozan dejando caer los granos de tierra escondidos del tiempo entre los surcos que recorren las manos.
Abraza el momento que le acompaña, que se rebalsa en los párpados y que hincha las venas.
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