José Ernesto, Puerto Rico. Poeta invitado.
José Ernesto, Puerto Rico.
La ciudad es un poema I
Detrás de las luces de la ciudad
existe una aflicción que pesa
más que las monedas del vaticano
sus pecados y sus mentiras.
Detrás de las luces de la ciudad
hay sombras y abismos hay llagas y dolor.
Un dolor irreconocible como de vida rota.
Nadie ve detrás de las luces,
nadie conoce el frío y la peste
nadie mira la desesperanza del hombre y su hambre
ni lo que esconde la ciudad tras
el destello enceguecido de su podrida luz
porque es sorda la caída de la humanidad
y mudo su estruendo.
Porque nos hemos envenenado de egoísmo y placeres
y ya no sabemos contemplar que
también hay pechos vacíos y estómagos huecos
deambulando por la metrópolis.
Que las calles de la ciudad no son lo único roto
que también hay almas fragmentadas
que piden una esperanza como quien pide perdón.
La ciudad es un poema y un viacrucis
y su basura adorna la boca de alguien más
mientras mitiga su triste hambre.
–
he querido atrincherarme tras los escritorios
olvidar la letra que escupe mi mano
secar el sudor de los dedos
que se hacen tinta inútilmente sobre un papel
caminar junto a los demás
y camuflar esta condición de pájaro
quise desistir del aire
imprimir mi huella en la tierra
pero mis pies no eran terrestres
me propuse borrar la palabra de mi frente
pero la marca renació más honda
más insistente cada vez que la mutilé
porque hay enfermedades sufridamente hermosas
que se hacen rocío al no poder curarse
consideré el fuego para sellar las heridas
pero se me calcinó la piel
y un nuevo plumaje cirio
escribió en el aire poesía
estallando sobre mí los versos
que pretendí olvidar
una tarde sin fecha
en el calendario del mar
Cojímar, Cuba, 2017
He soñado tu abrazo de plumas
ese nudo lleno de constelaciones
que me enseñabas de niño
y he vuelto a sonreír como cuando tuve 10 años.
Vi las palabras brillar
desde tus labios en un beso
junto a un enjambre de mariposas
que transitaban el aire de tu último respiro.
Soñé tus dedos hurgando mi cabeza
en búsqueda de dragones voladores
y me dormías en tus manos
arropándome con tu vida.
Te pretendí conmigo y eras la reencarnación
de las gaviotas y el mar en tu risa añeja
eras la Luz suave de aquella tarde
que vimos desde el balcón a la hora del café.
Te escribo ahora para vivirte en cada palabra
mientras vas caminando
por los pasillos de las añoranzas
nombrándome con tu voz dátil, madura y dulce.
(Poemario 1.9.2.3)
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