PETER BOYLE (Australia)

Peter Boyle

Peter Boyle nació en Melbourne, Australia, en 1951 y se estableció con su familia en Sydney a los doce años. Después de sus estudios universitarios trabajó como maestro en una escuela secundaria y luego en un colegio para adultos  hasta su jubilación en diciembre 2014. 


Sus libros de poesía incluyen Coming Home from the World (1994), The Blue Cloud of Crying (1997), What the Painter Saw in Our Faces (2001), Museum of Space (2004), Apocrypha (2009) y Towns in the Great Desert (2013). Un nuevo libro, Ghostspeaking, va a aparecer en septiembre 2016. 


Su poesía ha ganado prestigiosos premios australianos, entre otros el Queensland Premiers Award for Poetry (2010), el South Australian Premiers Award (1998), NSW Premier’s Literary Award (1995) y el National Book Council ‘Banjo’ Award (1995 y 1997). Presentó su poesía en varios festivales internacionales, entre otros el Festival Internacional de Granada Nicaragua (2013), Trois Rivières, Québec (2013), Struga Macédoine (2009) y el Festival Internacional de Medellin (1997). 

Tambien ha traducido al inglés a poetas hispanoamericanos y francescos, entre otros, Eugenio Montejo, José Kozer, Marosa di Giorgio, Olga Orozco, Jorge Palma, Federico García Lorca, César Vallejo, Luis Cernuda, Pierre Reverdy y René Char. Ha ganado el premio por traducción literaria del estado de New South Wales en 2013. Como traductor sus libros incluyen Anima (2011) por José Kozer y The Trees (2005) por Eugenio Montejo. Un nuevo libro Indole por José Kozer en su traducción aparecerá 2016 con la University of Alabama Press.


Está completando un doctorado sobre la tradición de poesía heterónima y la traducción a la Universidad de Western Sydney.


Selección de Poemas

A ALTAS HORAS DE LA MADRUGADA

Son las tres de la madrugada
de un día al que no ingresarás durante horas.
Donde estás
el sol de ayer aún te baña los pies mientras caminas
y anoche, oyéndote,
me preocupó que un día
se me perdieran las imágenes de los que quiero.
La ciudad, afuera, no se da un descanso,
sus taxis alertas y brillantes como aves doradas
que esperan las migajas del alba.
A mis cincuenta y cinco años apenas sé cómo vivir.
En los cafés de esta ciudad
los amantes se toman de las manos
y las tazas peligran en los bordes de las mesas.
A mi alrededor la obscuridad cae como una nieve muy tierna.
Al lado de la estrecha cama
la lámpara me clava su mirada.
Voy a retener tu voz dentro de mí tanto como pueda.
Cuando despierte seguirás tu camino
entre un firme estallido de flores blancas.
 
                                                                                         (trad. Miguel Gomes)



ROBERT FROST A LOS OCHENTA AÑOS

Creo que hay poemas mejores y más extraños que los que conozco.
Me gustaría encontrarlos.
No están en el papel que amarillea en viejos libros
o en los cantos que surgen de obscuros labios.
No están en el idioma de las sirenas
ni en los mordaces adjetivos de quien se esfuma.
Corren como rotos hilos por la calzada.
Están agrietados como la calavera de un anciano.
Se agitan en el espejo
cuando se tienen cincuenta,
ochenta años.
Mi oído se empeña en escucharlos
pero el paseo frente al mar es frío.
La marea sube.
Migran como grajos en un campo de críquet.
Tocan a la puerta cuando no estoy.

Ya basta de arte.
¿Cómo enfrentarse a los fantasmas con trucos?
¿Aceitando el riel de la paradoja y la rima
para así transformar el prejuicio
en frágiles gemas de aparente sabiduría?

Aunque entierre todo lo que retengo y poseo,
aunque mi piel sobreviva a los árboles,
aunque caigan líneas y destruyan las rocas,
no los atrapo.
Tienen el melodioso acento
de una casa que vi y a la que nunca he entrado.
Son los sonidos que oye un niño—
el agua, la tarde, el cielo.
Ahora los veo
infiltrándose por el espejo abierto.
A veces, pero casi nunca,
tocamos nuestros deseos.

                                                                                    (trad. Miguel Gomes)



 CÉSAR VALLEJO

Muerto estos sesenta años en París
donde la lluvia y la nieve de nuevo
sepultan los hambrientos bulevares,
te detienes con la cabeza inclinada
sobre lo que parece una lápida,
el ancho sombrero de un ranchero en la mano
y con la mueca de un hombre que lo pierde todo en una pelea de gallos.
Amigo, escucho la estridente canción que fluye bajo tu aliento.
En la más obscura pesadilla que convoca los nombres de todos los colores,
musitas la dicción salvaje de un químico cerebral.

O te encuentro en el hospital
donde el zumbido de las pulidoras
traza enormes círculos sobre el piso iluminado por la luna.
Las radiografías clavadas en la pared,
sus negros garabatos
que ensartan el dolor de la tierra en el dolor de las estrellas.
Te visita un pájaro blanco diciendo "abre esta puerta".
La cortina de tu lecho de enfermo espera para moverse
como la vela de un navío.
En el Perú, el caballo de tu infancia
aún mastica su hierba, sacude las crines
en la última sequedad del verano.
Un poema o una vida
ondula entre asuntos triviales y tremendos,
incorpora la burla,
concede su propio apretón de manos.

Y si después de tantas palabras
ni una sola palabra
y si entre tanta respiración
ni un solo suspiro cruzara el vacío.

En un sueño te has despertado para encontrar el alféizar frente a tu cama
forrado de dinero,
pequeñas monedas de oro y plata que brillan ante ti.
Igual en el cuarto próximo
y en la puerta de enfrente.

Semejantes regalos vergonzosos entre las cabezas vendadas.
Putrefacción que florece sobre la piel
de aquel que guarda el crepúsculo.
Privilegiado siempre con la riqueza del aire,
César Vallejo,
bajo la lluvia de París
en busca del gesto correcto y final,
dando a esos estéticos objetos del otro mundo
su nombre humano.
                                                                (trad. Miguel Gomes)




POR QUÉ EL MINOTAURO ESTÁ SIEMPRE TRISTE

Tantos años bajo tierra,
mareado de tanto darse en la frente con nubes que son memorias.
Día tras día ser el centro
de un rompecabezas ajeno.
Su consumo sin tregua de mujeres
no le servía de mucho.
Así que esta mañana ha llegado a su reino:
una sabia concurrencia de piedras,
una niñita que intenta pintar flores encima de los guijarros
mientras las olas una y otra vez los lavan,
el trono del Minotauro frente al océano,
el árbol y su mirada que dicen:
    “Yo también he vivido en otra parte”.

                                                                                         (trad. Miguel Gomes)




A ALTAS HORAS DE LA NOCHE LEO A BORGES E IMAGINO BUENOS AIRES

1
Nadie sueña el río tal como es.
Si transpongo lados
y creo nuevas islas,
si me adueño de una orilla
y la anexo a otro continente,
lo hago sólo para recordarme que el aquí está en todas partes.

Anochecer, la hendidura de concreto donde la nieve derretida
y los sumideros de patios traseros muertos
convergen en barro,
las líneas azules de los mapas
como cielos que dibujan sus propias arterias.
Nadie sueña el río tal como es.

2
Nunca salí del aeropuerto.
Todo lo que podía ver
eran los trazos de luz que perfilaban
los muelles.
Al detector de metales
se alarmó cuando lo atravesé y dos soldados
me apuntaron con sus ametralladoras
mientras con las manos arriba
dejaba claro que me rendía.
Imaginarse Buenos Aires desde el cielo.
Hay trazos de luz que a las dos de la madrugada
demarcan la vaga curva del río y la bahía.
Pasé horas tratando de conseguir cambio
para la máquina de los refrescos.
Ciudad de Borges y del tango
de Palermo, La Recoleta
y la Plaza de Mayo...

Imaginarse Buenos Aires desde una sala del aeropuerto
decorada de carteles
(más y más Andes nevados, más y más focas),
gustos internacionales
de coctelitos en el bar.
Imaginarse Buenos Aires en un libro de poemas
escrito desde el año inimaginable del natalicio de mi padre
hasta cuando cumplí dieciséis—
ciudad de Borges y del tango,
de Palermo, La Recoleta y el Sur,
de Serrano y la Plaza de Mayo,
París del Sur,
¿dónde estás?

Casi ni un solo sonido en todo ese espacio.
Frío después de los trópicos. Imagino una planicie de tinieblas
que se extiende sin fin más allá de las paredes de la terminal.

Ciudad que jamás llegarás al alba,
te imagino como la noche
y como noche te vas a quedar.


3
Hay días en que los relojes se paran,
años en que el tiempo regresa.
La voz de mi hijo, la de mi hija
llegan a mí,
un murmullo que se desliza
sobre millas incontables de océano.

Me despierto y me duermo
confiándole todo el cuerpo
a una habitación que se llama
Partidas.


4
Lo que era la belleza, lo que era el orgullo
perdidos en nuestras múltiples manos.

En la granulada substancia del documental
junto a María Kodama una sombra camina,
acariciada por el trémulo sol de la ciudad
o una voz entona Sólo del otro lado del ocaso
en la apagada cinta que suena en la radio de un auto
mientras mi hijo zigzaguea por un campo de fútbol anegado
por la lluvia.

Mis ancestros deambularon por el mundo
de Irlanda a California, a Dunedin, Melbourne,
el oro siempre más allá
se hizo traición y guerra,
nombres que resuenan como Junín o Anzac Cove,
tantos cuerpos de jóvenes
bajo el límpido cielo.


5
Girar
como la tierra enloquecida
Ir a la deriva por los continentes
como reacias nubes de lluvia
Llegar
hecho una voz pálida como las cenizas del año pasado

Solicitar admisión
en la ilustre confraternidad de los fantasmas
Bordear
el Polo Sur
Soñar que nuestra vida ha pasado
en una interminable prolongación de la noche


6
La mano de la empleada
arregla las persianas de la habitación de un hotel
donde nunca me he quedado.
Se abren y se cierran puertas de taxis
que no he cogido.
Imaginarse a Borges imaginarse Buenos Aires—
laberinto de calles y nombres,
la infinita biblioteca
de primeros momentos.
Barajar días en un itinerario
y despertar entrada la tarde
en un arrabal
—mugre, boliches, cielo—

toparse
con un infarto
o el puñal de un desconocido

exigir este destino en que todo depende
de nunca cruzar
un umbral.


7
Con la caída de la noche
fluirá la música
y saldrán los grandes poetas de sus ataúdes:
John Forbes Nazim Hikmet García Lorca
César Vallejo y Yeats y Supervielle
Wallace Stevens distante, por supuesto,
Whitman rodeado de multitudes, y Rilke
entre el fragor de cigarrillos y silenciosas
vibraciones de ángeles

los ciegos se preguntarán qué pellejo les ha tocado
los atormentados encontrarán una gran calma
(con delicadeza seleccionarán la sutura deshilachada,
el hueso que habla, el puro sol
recuperado de su sueño de hielo:
Elizabeth Bishop, Sylvia Plath y Alejandra Pizarnik;
el señor Borges lía entre dedos ausentes
la paciencia de las sílabas)

y muchos tomarán asiento en silencio
a sabiendas de que el mar los traspasa interminablemente
y algunos les darán vueltas a piedras
que en sus manos se fragmentan en palabras.

Todo proseguirá
como si no hubiese paredes
como si sólo de nuestro aliento
estuviera hecha la vida.
.


8
el amor y la lluvia que cae sobre un milagro secreto

ventanas que se abren a un puerto donde las luces siguen ardiendo después del amanecer

el último día en una ciudad a la que nunca vas a volver, adiós a los árboles, cómo para de temblar la bebida en la soledad del vaso y en el bar

mediodía en la ciudad sumergida, fachadas con agua que salen a baldazos

un cuadro en que todo se ha incluido: un cuadro del que todo se ha excluido: uno y otro el mismo cuadro


9
Cuando llega la brisa
y una araña viaja boca abajo
a través del confín del día más cálido del otoño,
paso por la zona fresca y silenciosa
que es la posibilidad de escribir.
Al este
toda Suramérica prepara el desayuno—
cuánta agua embotellada para un café
que será de ayer.
Sombras de ancestros, posibilidades de ser
se mueven a mi alrededor mientras escribo,
aislado por la caligrafía universal de la noche.


10
Se suman tantos y tantos años,
marcando la invasión lenta
de la perfección
pero vivir sería hermoso
beber el agua que aguarda apacible
en la copa alargada
donde el mundo se refleja.

                                                                         (trad. Miguel Gomes
)







III Festival de Poesía "Amada Libertad, Pueblo"
El Salvador 2016
11 - 16 de julio

Fundación Cultural Alkimia
La Casa del Escritor - Museo Salarrué (SECULTURA)
Ediciones Amada Libertad

 

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