Corina Rueda Borrero. Panamá.



Invitada al IV Festival Internacional de Poesía Amada Libertad.
Lectura de cicatrices. El Salvador, julio 2017.


Corina Rueda Borrero (ciudad de Panamá, 1991). Escritora, abogada, feminista, activista social y política panameña. Licenciada en Derecho y Ciencias Políticas egresada de la Universidad Católica Santa María la Antigua y del Diplomado en Creación Literaria por la Universidad Tecnológica de Panamá. Ha participado en distintos talleres literarios realizados en su país y es integrante activa de El Kolectivo, un grupo de activistas en Derechos Humanos.
Su primer premio literario lo obtuvo en Perú, en 2006, a través del concurso de poesía juvenil “Espejo de papel: voces matinales”, con el poema “Pensé…”. Además, en 2017 fue finalista del Premio Jovellanos de Poesía al “Mejor Poema del Mundo”.

Colabora para (Casi) literal y ha publicado poesía en la Revista Cultural Lotería y diversos artículos de opinión en el diario La Prensa y en algunas revistas jurídicas de su país. Ha colaborado para sitios como Chicha fuerte y Punto y seguido, y es autora del blog http://depanamaadondesea.blogspot.com/


TACONES ROTOS

Para las compañeras trabajadoras sexuales.

I
Caminé por tus calles y escupiste sobre mi nombre,
viste mi cuerpo maltrecho, mis ojeras y el labial corrido,
supiste que no pertenecía a tu Biblia
y que ninguna plegaria me quitaría lo puta.

Pero en las noches,
cuando el llanto te llamaba y tu mano frágil se deslizaba por el cierre
recordaste mi alma impura, con maldiciones y cruces,
desgastada y sudorosa
bajo el último aliento de alguien que no me pertenece.

II
Desvisto mis senos,
él olfatea mis pezones.
Siento que me hundo en una ciénega,
estoy atorada en el fango de una historia que no se cuenta.
Apenas me toca,
me enviste como animal en celo,
atraviesa su angustia en mi vientre,
y yo, tras 7 minutos,
me convierto en su mundo sin piernas,
el lugar donde llora su preocupación de pobre.

III
Cuando amanezco sin rostro una trenza se escurre en mi frente,
encuentro los ojos de un niño que exige a su madre
y los colores que en mi florecen cada mañana.

Una taza de café por poner en la mesa,
el pan que faltaría sin los pocos centavos,
y mi corazón latiendo en el verde escarlata de mis alas.

IV
No siento que mi piel se haya quebrado por las grietas,
hay rayos de luz que se escapan de mí y se tragan los prejuicios,
me hago fuego entre las calles,
grito en alto en nombre de mi cuerpo que me pertenece,
por mi vida, que no se reduce al polvo de mis tacones,
por mi voz, crujiendo desde las entrañas de la tierra,
y por mis sueños, tibio despertar en la madrugada.

V
Es ahí cuando encuentro mi reflejo,
ya no me aturde esta realidad de trapos,
abro mis brazos en el camino al horizonte,
la libertad sincera,
el olor a guayabas en el árbol de al frente,
mis pechos pintados en bordes de plumas
y pájaros que me acompañan a cantar lejos del olvido.




 PANAMÁ


Panamá es un país muy bonito y tranquilo,
(sólo en mis sueños
y en días como estos
cuando) estoy sobre la playa y la arena posee mis dedos
(olvido la hoguera                  sus ácidos en mi garganta
y sé que vale la pena dormir en un hueco,
porque) hoy
a mi piel la seca el sol
(cansada del trabajo y los malos días).

Panamá me recuerda a un cuento de hadas,
de esos en que hay pájaros (muertos)
y animalitos (in)felices en sus bosques (podridos),
donde todos vivimos (inertes,
agarrados a nuestros estómagos)
en casas de colores (desteñidos
donde se cuela el frío por los cerrojos).

En Panamá soñamos
con (escombros tatuados en) el refugio de la patria,
en lluvias que mojan (las camas de cartones,
y en nuestras patéticas) historias
del (abismo infinito
sin) mañana.   




Perdí. Apreté. Morí.
Para Anaika y Aira,
que al igual que muchas fueron calladas.

Perdí el pulso sobre lo que restaba de mi mano,
en ella una vez atrapé la virginidad de la madrugada
sin pensar que entre sus brazos callaría en segundos
con cuchillos rasgando el amor de mi madre,
como basura flotante en el camino hacia el infierno.

Perdí el exceso de miedo que golpeaban más que la ira del todo,
me perdí a mí misma,
renací ahorcada y casi violeta,
oscilando en el borde de los días en que me partían
y solo me asomaba en gajos de mandarina agria.

Apreté los puños con la palabra “perra” colgando de mi falda,
con un “no” pasmado en la sombra de una boleta,
sin mi cara y con una foto de portada en los diarios,
en una jaula de vacíos, cenizas y huesos.

Apreté fuerte,
no quería perder la magia con la que le hablaba a las flores,
apreté a la vida, te digo, la apreté fuerte,
la estreché entre mi alas por 34 minutos
y la vi partir hasta llevarse mis huellas en hados de sangre.

Morí muerta,
nunca tuve muy abierto los ojos,
extrajeron de mí el caminar de los soles
y –gracias, a que alguien me quiso tanto–
me ahogaron en lagunas tintas
antes de escapar por la puerta.

Morí aquí,
en este instante,
en nombre del amor retorcido y cubierta de polvo,
morí sin saberlo,
por la justicia y los recuerdos tontos,
morí tantas veces,
sin voz y quemada, entre luz y barro,
sin garganta y en silencio, con la cola mutilada,
morí sin mí,
morí sin nada,
nada,
nada.




LOS NIÑOS EN LA PLAYA
Para Aylan Kurdi.

Arman castillos con arena de olvido,
hay risas perdidas,
todas las que no se escucharon y se deben,
todas las que callaron en la soledad de una ola,
todas las que aguantaron las balas de justicia,
todas las que quedaron del otro lado del Bósforo.

Les esperan una cubeta y pala,
en ellas hay el esbozo de una casa,
la casa que quisieran
con fuego de leña preparando dolmas,
olor a olivos que les separa de esta tierra,
y unas manos miel de caña
arropando el hogar que no les queda.

Sus pasos fantasmas no marcaron la orilla,
el agua salada se ha tragado sus sueños,
la inocencia es una palabra muerta en guerra,
y la cuna naufraga
en esta playa,
su playa eterna.



 

EN EL TRÁFICO

A veces pienso que son ideas mías,
que esto no es una fila
y no son bocinas las que suenan en mi nuca,
es sólo el progreso tratando de enamorarme.

Pero luego volteo
y no entiendo al que limpia el parabrisas
o al chichero que mulea una carretilla.

Me pregunto por sus millones y los míos.

Ya no me quedan palabras atoradas en tráfico.       




EN EL PARQUE

No me hagas caso,
suelo rabiar cuando la boca se me seca,
el palo de papayas se dobla sin frutas,
y una lágrima mía cae en sus ramas
sin hojas.

Insisto, insisto,
no me hagas caso,
últimamente veo desde arriba,
recuerdo donde una vez hubo un árbol,
las palabras se me atoran en nubes desiertas,
no cae ni una gota en el suelo pardo.

Pero déjalo, es cosa mía,
no me hagas caso,
no nos quedamos sin lluvia
y ahora los edificios son hermosas madreselva.

Sólo olvidamos a los amigos,
sólo olvidamos las cosas pequeñas.



 

CUANDO TE CONOCÍ

Si te hubiese conocido tres días atrás
te habría mandado al carajo 
-lo más probable-
mis cólicos menstruales me arruinan pensar en sexo 
y tu barriga cervecera
y ese intento de barba
me habrían hecho huir al siguiente bar
de la otra esquina 
en esta ciudad sin noches.

Si te hubiese conocido con ese trago en la mano,
justo en este lugar
con olor a mala muerte y a cigarros atravesados
me estaría preguntando cómo llegué aquí 
donde el dolor se esconde en un pindín 
y tras lentes empañados en una rocola.

Pero me tocó conocerte en esos lugares
donde flotan las ideas sin malas costumbres
y el atractivo lo esbozaste en palabras de Chuchú y Bukowski,
en todos esos lados 
donde te levantabas en medio de una multitud conforme
con aerosoles en la mano
y una pañoleta en tu boca repleta de historias.

Después de todo,
te conocí sin cólicos menstruales
sin verte el rostro y menos la barriga,
te conocí destilando licores en poesía.






SIN VENTANAS

Cuando llega el fin del día
nada ha cambiado,
seguimos siendo sombras recorriendo las calles,
nos hacemos sardina en sudores,

el olor a trabajo apretando la suerte,
con el sol arrastrando de los zapatos,
con días que se olvidan en un cheque,
con la juventud consumida en entrañas de paredes blancas,

cubículos exactos,
papeleos y tinta,
sin ventanas,
donde lo perdemos
todo
todo
todo.              
                                   




  INTERROGACIONES
¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?
“El despertar” - Alejandra Pizarnik,

¿Cómo hago para huir donde los pájaros se enamoran de mis pestañas alzadas y la maleza recorre mis piernas hasta hacerme arcoíris?
¿Dónde pierdo las raíces que me he arrancado antes de huir al otro lado de la noche con mis cartas de buenos deseos?
¿Qué me queda después de las palabras prosaicas que me recetaban entre mala enseñanza y los libros de aritmética?
¿Cuál es la receta para hacer un abanico de libélulas que me eleven hacia el despertar de los guayacanes escondidos en concreto?
¿Cuántos recibirán mis mensajes divididos en espejos hasta capturar la atención de los que ignoran la belleza de la vida?

¿Cuándo el huracán me llevará a ese lugar que mis sueños palpan?
¿Quién me recibirá allá, donde habita el olvido, en una sombra de espumas?
¿Por qué el presente no me consume y me suelta de esta jaula?

¿Y si sencillamente me vuelo los sesos para liberar las mariposas que escupo en poesía?

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